viernes, 26 de octubre de 2012

La lengua del saber

Por Diego Tatián *

En diversos coloquios y encuentros académicos en los que la universidad busca pensarse a sí misma en sus rutinas de transmisión del saber y producción del conocimiento, puede corroborarse un retorno de la pregunta por la crítica, término que designa la herencia mayor del proyecto histórico, social y político que lleva el nombre de Ilustración. ¿Cuándo un conocimiento es crítico? Cuando el trabajo con las palabras, los materiales y las ideas que llamamos investigación no se desentiende de un conjunto de preguntas (cuya pertinencia no tiene por qué ser considerada privativa de las ciencias sociales) que acompañan –y a veces incomodan– la producción y transmisión de conocimientos: ¿para qué?, ¿para quién?, ¿con quién?, ¿quién lo decide y por qué?, ¿a quién le sirve?, ¿qué intereses satisface?, ¿contra quién puede ser usado?
Cuando se habla de crítica no se alude a ninguna incumbencia exclusiva de la filosofía, las humanidades o las ciencias sociales, sino a los nuevos lenguajes e ideas que son capaces de concebir las ingenierías; a los múltiples saberes acerca de la salud y enfermedad que irrumpen en la medicina; a una reflexión del mundo económico capaz de desnaturalizar modelos que se presentan como ineluctables y necesarios, y así sucesivamente con las ciencias naturales, el derecho, la arquitectura...

Conforme esta acepción, la crítica sería el acompañamiento del trabajo académico e intelectual por una reflexión acerca de su sentido que precisamente resguarda al conocimiento de su captura por el mercado o por poderes fácticos de cualquier índole; es decir lo resguarda de las heteronomías que lo politizan de hecho, en favor de un compromiso social explícito y lúcido que, por tanto, no mengua su libertad sino más bien la expresa.
Frente al progresismo reaccionario que hoy disputa el sentido del estatuto universitario, acusando de “conservadores” a quienes de una manera u otra resisten la conversión de la universidad en una empresa de servicios, la interlocución con la historia, la anamnesia y la anacronía pueden esconder un insospechado contenido crítico. En ese aspecto, una universidad democrática mantiene una importante dimensión conservacionista, capaz de invocar contenidos antiguos en alianza con otros nuevos, contra el paradigma de una eficiencia definida en términos del mercado, que se busca hacer prosperar y naturalizar como pura prestación de servicios determinada por la demanda estricta –de consumidores, de empresas, de grandes capitales–. En ello, en la encrucijada crítica de memoria e invención, radica quizá la mayor contribución democrática de la universidad pública.

Una tarea de principal importancia bajo esta misma inspiración crítica es la recuperación del español como lengua del saber, como lengua científica y filosófica. Lo que no equivale a promover un provincianismo autoclausurado y estéril, sino un universalismo en español que se acompaña con el aprendizaje de muchas otras lenguas para acceder a todas las culturas y entrar en interlocución con ellas contra la imposición de una lengua única. El desarrollo del español como lengua del saber, del pensamiento y del conocimiento académico postularía un internacionalismo de otro orden, babélico y no monolingüe, y requeriría un cambio radical en nuestra cultura de autoevaluación universitaria y científica.
Ese cambio consiste en la decisión de no reducir el propósito de la actividad científica a una comunicación de resultados en inglés para especialistas a través de revistas –paradójicamente llamadas de “alto impacto”– que efectivamente garantizan la calidad de las publicaciones, sino también –sin sacrificar lo anterior, además de ello– promover el español como lengua capaz de acuñar conocimientos e interpretar el mundo de manera singular.

La tarea de volver al español una lengua hospitalaria de la ciencia y una herramienta para su transmisión requiere de una decisión política –de la universidad, del Conicet, pero también de los investigadores, cuyo trabajo, de manera explícita o tácita, se halla confrontado con cuestiones políticas por relación a la lengua–. Dicha opción no es convertible con un chauvinismo resentido y autorreferencial sino todo lo contrario. Plantear para la filosofía y las ciencias algo así convoca –por supuesto de manera no directamente trasladable– la experiencia literaria borgiana y la transformación en la manera de percibir el mundo de los argentinos después de ella.

En efecto, la tarea de explorar el español en sus posibilidades ocultas y de haberlo llevado a su máxima expresión no abjura de su puesta en interlocución con todas las lenguas, más bien la presupone. Entre el inglés de la infancia y el árabe que había comenzado a estudiar en Ginebra poco antes de morir, Borges conjugó la lengua de los argentinos con muchas otras, vivas y muertas, sin no obstante desconocer que “un idioma es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos.

El estatuto de la literatura, la ciencia y la filosofía no son cuestiones menores en la actual experiencia latinoamericana que emerge finalmente como laboratorio democrático, cuyo litigio central es la conquista de la igualdad, y constata una irrupción de movimientos populares orientados a desactivar lo que la filósofa brasileña Marilena Chaui llamó el “discurso competente”, la ideología de la competencia explicitada en la llamada “sociedad del conocimiento”, conforme la cual el conocimiento, convertido en una mercancía entre otras, se determina como una fuerza productiva de capital y el principal activo de las empresas.

En la “sociedad del conocimiento”, el pensamiento y las ideas “improductivas” (en sentido marxiano, es decir no subordinadas a la reproducción del capital) se hallan “fuera de lugar”; la ideología que la sustenta es un progresismo tecnocrático conforme el cual nada –nada nuevo– podría o debería suceder; un progresismo inmune a los riesgos y las implicancias emancipatorias de un saber instituyente que pudiera “hacer un hueco” en el conocimiento instituido.
El discurso competente –la delegación de las decisiones políticas en “especialistas” y, en términos generales, la subordinación de la política a la economía– presupone un saber alienado de la vida colectiva, y su captura como propiedad privada e instrumento de dominación. La ideología de la competencia (en el doble sentido del término) presupone pues la destrucción misma del principio que afirma la comunidad del pensamiento, el pensamiento como lugar común, la lengua compartida como tesoro acumulado por muchas generaciones de escribientes y de hablantes en las que encontrar palabras que nos permitan abrir la historia y decir cosas nuevas, y opera su sustitución por el principio opuesto que afirma la incompetencia de los muchos y la competencia especializada de unos pocos. Es éste uno de los núcleos de la despolitización neoliberal.

Contra el discurso competente, mantener abierta la cuestión democrática en la aventura latinoamericana presupone una reflexión sobre el saber –un saber de las condiciones del saber– que reconoce la radical igualdad de los seres humanos como sujetos capaces de acciones y pensamientos. Esa comunidad del pensamiento (y, si nos fuera permitido acuñar este término, el “comunismo del conocimiento”) nada tiene que ver sin embargo con una transparencia de los significados culturales ni con la impugnación resentida de todo lo que no puede ser entendido por todos de la misma manera. Semejante ilusión de transparencia no sólo es imposible, es además indicio de una pulsión antiintelectual reaccionaria que censura la experimentación con la lengua, con las formas y con las prácticas. Lo común no equivale al sentido común ni a la opinión pública –que no obstante el adjetivo suele ser privada, estar privada–. Lo común no aspira a un mundo de la comunicación total.

Diríamos más bien que se desarrolla paradójicamente como la generación de muchas “lenguas menores” cobijadas por el español, y también como resguardo de lenguajes extraños, no comunicativos ni argumentativos, en la conversación pública latinoamericana de los seres humanos respecto de sí mismos. Lo común no es uniforme ni algo ya dado sino siempre una conquista del saber, del pensamiento, del arte y de la política; un trabajo, un anhelo, una opacidad; el objeto de una interrogación y de un deseo. Lo que está siempre ya dado es más bien la “opinión pública”, que Marx llamaba ideología y, antes, Spinoza llamó superstición: es decir, una elaboración del miedo que lo perpetúa y perpetúa el estado de cosas que lo genera para así bloquear cualquier transformación.

* Universidad Nacional de Córdoba.


Pagina12/27 de octubre de 2012

EL PESO DE UNA MONTAÑA


A vuelo de pluma...

Faltó un voto, dijo una profesora, en relación a los últimos resultados electorales en la Facultad; empate técnico, señaló otro colega. No les falta razón. No obstante, pienso que lo fundamental del análisis debe ir por el lado cualitativo. Como ha escrito Mario, los 40 votos a su favor expresan la adhesión a una propuesta de cambio para el Departamento - si en la Universidad no somos capaces de presentar ideas, programas, propuestas, entonces no pidamos involucrarnos en el desarrollo del país- pero también un respaldo al candidato. Mario Cóndor, lo he dicho más de una vez, es una verdadera institución en la Facultad. Pero hay algo más: los 40 votos revelan un sentimiento de protesta e indignación por lo que ocurre en la Facultad, por ello tiene razón Mario en llamarnos a reencontrarnos con la ética, tan venida a menos en el país y en la universidad e intencionalmente ignorada por las autoridades.

Los valores éticos no existen para quienes hoy gobiernan la Facultad, afirmó un colega el día de las elecciones. Le di la razón, porque si existieran, le dije, el profesor que actualmente ocupa el decanato hace rato que hubiera renunciado. Este señor, el fin de mes pasado cumplió un año ejerciendo un cargo para el que legalmente no cumple las condiciones. Es decir si de por sí hacer de las encargaturas una situación permanente es ya irregular, recibir un encargo de decano o cualquier otro, no teniendo los requisitos estatutarios para ello, es doblemente irregular.

Hay una transgresión a la norma, se afirmará. Claro, lo hay, pero además hay un quebrantamiento ético: no se es honesto. La honestidad nos convoca a actuar con rectitud, transparencia y honradez en todos nuestros quehaceres. No se es honesto con uno mismo - si hay autoestima- y con la comunidad que nos rodea si a sabiendas de que se está quebrantando una norma, callamos en todos los idiomas porque esta transgresión nos beneficia personalmente.

¿Es cierto que en el decanato hay un profesor encargado que no cumple con los requisitos legales? me preguntó un estudiante hace un par de días. Sí le dije, es verdad. ¿Y que hacen los profesores ante eso? continuó preguntando el alumno. Sentí vergüenza ajena...

Por eso es que sostengo que cualitativamente, los 40 votos a favor de Mario tienen la trascendencia del peso de una montaña.

Alberto Mosquera Moquillaza
 
 
C.Universitaria, octubre de 2012

lunes, 15 de octubre de 2012

¡GRACIAS COLEGAS!

UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS

FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS

ACADEMIA Y DESARROLLO



¡GRACIAS COLEGAS!



Estimados amigos:


Como seguramente ya están enterados, no gané las elecciones al Departamento. Los 40 votos obtenidos no fueron suficientes, ante los 41 votos otorgados al candidato de las autoridades. Cuatro colegas no llegaron a votar, mientras que 2 viciaron su voto. Tiempo habrá para darle una lectura a los resultados, pero me siento obligado a decirles lo siguiente:


En primer lugar, agradezco la confianza depositada en mi persona, no estoy decepcionado ni frustrado, muy por el contrario estoy satisfecho y contento de haber respondido al encargo recibido. Sin embargo, debo ser claro: soy consciente que el apoyo brindado es ante todo una expresión de la confianza en la opción que representa ACADEMIA Y DESARROLLO, como alternativa de cambio y progreso para la Facultad, y a cuyos miembros debo también agradecer.


En segundo lugar, señalar meridianamente que nuestra corriente de opinión ACADEMIA Y DESARROLLO es mucho más que una opción electoral. Partimos de la premisa de que las elecciones no son un fin, son un medio para inicialmente cotejar ideas, propuestas, planes de trabajo, y luego, en el gobierno, para mostrar realizaciones académicas, no logros personales.


En mi carta anterior les presenté un plan de trabajo – nunca conocí la propuesta del candidato de las autoridades- que está enmarcado por el programa que ACADEMIA Y DESARROLLO sustentó cuando postuló a Humberto Campodónico para el decanato. Este programa está vigente, aspira a convertir a la Facultad en un centro académico moderno, competitivo, donde la calidad, la excelencia, la investigación científica y el rencuentro con el entorno social no sean solamente palabras.


En tercer lugar, es preciso indicar que en el contexto de crisis, incluso ética, en que se desarrollaron las elecciones para la coordinación del Departamento Académico de Economía, han primado en algunos colegas decisiones similares a las prácticas medievales, donde los hombres dependían del demiurgo, de la voluntad del todopoderoso creador o señor que decidía por ellos, lo que desnaturalizaba su raciocinio y bloqueaba su voluntad, su libertad de decisión.


En los últimos tiempos, desde el poder se vienen generando lo que podríamos denominar convincentes dardos almibarados – por no llamarlos de otra manera- que al impactar sobre algunos docentes anulan sus capacidades de reflexión y crítica, taponando el libre ejercicio de la voluntad del individuo, convirtiéndolo en simples epígonos del arbitrio de la autoridad. Por ello, no resulta obra de la casualidad que desde ACADEMIA Y DESARROLLO propugnemos restablecer la relación entre la decencia y el ejercicio del poder, entre la autoestima y los derechos de los docentes, única manera de avanzar en superar las deformaciones éticas señaladas.


Finalmente; sigo pensando que lo expuesto en el punto 2 de esta carta, constituyen la ruta a seguir, si de calidad académica y buen ejercicio profesional se trata. En este sentido, los 40 votos alcanzados son mucho más que un simple resultado electoral si de trascendencia hablamos. No perdamos esta perspectiva, perseveremos en nuestra búsqueda de cambio y progreso institucional.


Una vez más, gracias colegas.


Ciudad Universitaria, 13 de octubre de 2012




Mario Cóndor Salcedo


Profesor Asociado


Código: 017531