AQUELLOS
QUE NO RECUERDAN...
Manuel Burga.
En 1990, quizá en abril, cuando pasaba una estadía como profesor en la Universidad Libre de Berlín, seguramente por sugerencia de uno de mis alumnos, tomé el metro y luego el autobús 804 que me llevó directamente, en unos 25 minutos, hasta el denominado Memorial de Sachsenhausen. El primer campo de concentración inventado por el gobierno nacionalsocialista en 1936 era ya un lugar turístico de recogimiento, reflexión, donde se exhibe la tecnología nazi de los excesos y la desmesura. El modelo que luego fue reproducido y perfeccionado en Auschwitz, Buchenwald, Dachau y Treblinka.
Allí no terminó mi asombro. Recuerdo que en Alexander Platz, una plaza central de Berlín, al salir del Metro uno se encontraba con un aviso que decía: “No olvides nunca Sachsenhausen, Auschwitz, …”. El joven historiador Ulrich Mücke, buen peruanista, profesor de la U. de Hamburgo, me dice que es muy frecuente encontrar en casi toda Alemania, en letras de molde, la frase del filósofo George Santayana: “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”. El mismo me indica que el Estado alemán hace mucho más para no olvidar las atrocidades nazis, como el Monumento en Memoria de los judíos asesinados en Europa, en el centro mismo de Berlín, obra del arquitecto Eisenman, compuesto de un Campo de Estelas y un Centro de Información, concluido en 2004, con una inversión estatal de 27.6 millones de euros.
Algo similar sucede en España con la discutida Ley de la Memoria Histórica, aprobada el 2007, por la que “se reconocen y amplían los derechos a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil (1936-1939) y la Dictadura (1939-1975)”. El largo proceso legislativo que condujo a esta ley terminó en el gobierno de Rodríguez Zapatero, a pesar de la oposición del conservador Partido Popular de Aznar y otros similares. La mencionada ley es de una enorme capacidad reparadora, que llega hasta reconocer la nacionalidad española de los descendientes lejanos de los exiliados republicanos y de los brigadistas internacionales que lucharon contra la dictadura.
La actitud de estos Estados no representa indudablemente un consenso nacional absoluto. Hay aún nazis y neonazis en Alemania, así como en España, donde desfilan con las vestimentas de la Falange durante algunas procesiones religiosas. Además, como una muestra de ello, acaba de aparecer en España un libro, “Antígona y el duelo”, donde el autor repasa los difíciles debates que oscurecieron el proceso legislativo que condujo a la Ley de la Memoria, hablando incluso de una “memoria usurera”, que no deja en paz a los que han sufrido.
No es nada difícil deducir por qué estos gobiernos, de Angela Merkel y Rodríguez Zapatero, promueven este tipo de memoria histórica, levantan monumentos, exhiben esa famosa frase e invierten fortunas. La razón es porque definitivamente, como Estados y como gobiernos, han tomado distancia de esa época abominable; la quieren enterrada, cancelada y por eso construyen su nueva identidad y naturaleza a través de la diferencia con un pasado de atrocidades y excesos.
¿Entonces debemos preguntarnos si siempre es necesario recordar las atrocidades del pasado? Nietzsche, en su libro de 1887, “La genealogía de la moral”, nos dice al respecto: “La capacidad de olvido es una forma de salud vigorosa. En ocasiones, sin embargo, es necesario recordar: cuando se hacen promesas y por ello es necesario crearle al hombre una memoria”. La memoria, en este caso, crea la responsabilidad. Nadie puede dudar de que en nuestro país vivimos de promesas; promesa de un futuro mejor, de mayor justicia, paz, progreso, reparación a los agraviados o a sus deudos. Pero es fácil darse cuenta de que aún muchos vivimos dentro de ese pasado, cautivos de ilusiones, resentimientos y frustración.
Sobre todo el Estado peruano. Nos falta lógicamente distancia, tiempo transcurrido, cambios fundamentales, una nueva historia. Por eso el presidente García se equivoca cuando nos dice que representa la otra memoria histórica peruana, la que supuestamente prefiere olvidar. No, señor Presidente. Usted representa al Estado, a su gobierno, a la institución que aún no ha roto con ese pasado y por lo tanto mal podría ajustar cuentas con él. Por eso usted se opone a la construcción del Museo de la Memoria. La sociedad civil, los ciudadanos de todo tipo, buscan tomar distancia de ese pasado, recordándolo, por más doloroso que sea.
Visitar este lugar en el futuro será una forma de reencontrarnos con nosotros mismos, con nuestros horrores, pero también de mostrar afecto y consideración por los agraviados, generalmente la gente más excluida de nuestro país. Si el Estado peruano aún no puede tomar distancia de ese pasado, como sí lo han hecho Alemania y España, es necesario que los ciudadanos iniciemos esa ruptura, instalándolo en ese Museo de la Memoria, porque: “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”.
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