lunes, 23 de marzo de 2009

Crítica a la ortodoxia
PROPAGANDA
O CIENCIA


Grupo Lujan *

La crisis sistémica mundial dio lugar para que se cuestionara el saber económico, por décadas incuestionado, al punto de tener durante los ‘90 y redivivos aún gurúes neoclásicos de distinta orientación, pero coincidiendo en un núcleo neoclásico devenido políticamente en “neoliberal”. Recientemente, la revista científica Nature Nº 455 (octubre/2008) postuló la necesidad de una “revolución científica” en la economía, reconociendo la incapacidad de los economistas en “prever y evitar las crisis”, en haber asumido al mercado como ídolo, y acusándolos de hacer propaganda en vez de ciencia.

La importancia de la crítica teórica en la economía suele ser ignorada en el plano de la aplicación política, ya no por economistas ortodoxos sino por la mayoría de los considerados heterodoxos. Lo que es permitido cuestionarse –limitadamente– en la academia, es olímpicamente ignorado a la hora de tomar medidas de política económica.

Un punteo de temas muy cuestionados en la teoría económica actual y que son ignorados: ¿qué posibilidades hay de que la economía deje de mostrar un supuesto pensamiento de “expectativas racionales” siempre frustradas por la realidad? Veremos rápidamente que, durante el siglo XX, distintos problemas (puzzles) para la teoría ortodoxa fueron respondidos por economistas heterodoxos, que fueron olvidados o desplazados de los manuales (de)formadores de economistas.

Para analizarlo, partiremos de un economista de perfil bajo, Piero Sraffa (1898-1983), cuya crítica temprana allá por los ‘20, llegado a Cambridge llamado por Keynes, logró mostrar que, a diferencia de la economía ortodoxa, la oferta y la demanda no servían para analizar los precios y las cantidades. Toda la simetría generada tras las curvas en forma de tijeras se volvían lógicamente contradictorias. Como resultado de ello, resolver precios a los que se compraban y vendían los bienes no implicaba resolver las cantidades de los mismos transados a dichos precios, y viceversa. Desde entonces, las cantidades quedaron separadas de los precios, de la misma forma en que resolvían el tema Smith, Ricardo y Marx.

En los ‘30 aparecen en escena –también en Cambridge, Inglaterra– autores como Kalecki y Keynes, cuya importancia crítica redundó en establecer que lo que impulsa el crecimiento de la producción es la demanda efectivamente realizada en el mercado. Es decir que se genera una posibilidad de llevar la demanda (consumo, gasto público y exportaciones) a un nivel que se pueda acceder al pleno empleo.

Para los ‘40, y alentado por el esquema keynesiano, Abba Lerner desarrolla los fundamentos –ya establecidos por Innes, Knapp y el propio Keynes– del dinero como “Criatura del Estado”: su valor lo da el “poder del Estado” y no la confusión generalizada de creer que el dinero adquiere su valor de respaldo del oro u otra “reliquia bárbara” que posea el tesoro de un país. El ejemplo en la realidad deberá esperar a 1971, cuando Estados Unidos promete que dará un dólar a aquel que le venda un dólar. Así, Estados Unidos elimina la libre convertibilidad del dólar con el oro. Es el “chartalismo” (dinero carta) en las teorías monetarias que hacía su debut de fuego. El dólar quedaría como moneda mundial, con valor hegemónico, pero sin “nada” mercantil detrás que lo respalde. Simplemente los billetes son certificados de poder. Este resultado a su vez genera la posibilidad de cuestionar las versiones mercantiles y metalistas del dinero en el pasado también.

Al mismo tiempo se observa que las economías normalmente se encuentran con una utilización parcial de la capacidad productiva, oscilando la media mundial alrededor del 70 por ciento, con lo que desde el punto empírico todas las conclusiones neoclásicas que se basan en el pleno empleo de factores, caducan más allá de las críticas teóricas. Es la impertinencia de la llamada Ley de Say, que ya Keynes atacara para la coyuntura y que Kalecki y Steindl desarrollaran profusamente.

Para los ‘50, heredados debates del siglo XIX acerca de la medición del capital en valor se resuelven brillantemente por Sraffa en su “Producción de mercancías por medio de mercancías” en 1960, en lo que se conoce como “Debate del capital”, en donde el propio Samuelson finalmente tuvo que sacar bandera blanca y reconocer la derrota teórica. Aquí se termina de derrumbar toda la teoría neoclásica basada en el marginalismo. Sraffa demuestra que puede deducir precios sin necesidad de recurrir al aparato marginal, sólo conociendo las cantidades producidas y consumidas, o excedente físico en la producción, más una variable distributiva dada (salario o ganancias). No se puede hablar más de una “cantidad de capital” si antes no se sabe la tasa de ganancia. Es decir que los cambios en la distribución afectan la “medida” del capital, como ya Ricardo se había encontrado con el tema con más de un siglo de anticipación.

En el transcurso de los ‘60 y ‘70, elaboraciones de Nicholas Kaldor muestran la importancia de una variable de demanda en particular para permitir el crecimiento: las exportaciones. Estas permiten obtener finalmente las divisas para importar los insumos necesarios para expandir la economía. Continuadores de esta línea, resumidos en los trabajos de Thirlwall y otros, muestran también que no existe lo que los economistas ortodoxos denominan “tipo de cambio de equilibrio”, puesto que la actividad de los Estados otra vez frustra explicaciones basadas en oferta y demanda de divisas, como también de aquellos otros que creen encontrar en los coeficientes de producción la expresión de igualación de valores entre mercancías de distintas naciones.

En los ‘80, aspectos teóricos vinculados con las políticas fiscales muestran que los impuestos cumplen un papel secundario para la distribución del ingreso, y que sólo sirven para determinar el nivel deseado de circulación monetaria en una economía. Se retoman trabajos de Abba Lerner en los ‘40, conocidos como “finanzas funcionales” al logro del pleno empleo, pero en el marco teórico sraffiano en la distribución del ingreso, y con economías con su utilización de la capacidad en permanente desempleo de recursos, el gasto público adquiere un peso relevante para el crecimiento, pero ahora descartando la explicación ortodoxa de pleno empleo de factores, en que la inflación sería causada por exceso de la demanda.

Si agregamos que se crece liderado por la demanda (Keynes-Kalecki) y que la distribución del ingreso se debe a cuestiones institucionales y políticas, como se desprende de Sraffa, tendremos que la actividad del Estado incentivando el gasto público es la manera de estimular el crecimiento, sin generar por esta causa procesos inflacionarios. La inflación quedará explicada por el “tironeo” (puja) que hacen los trabajadores y otros grupos sociales dueños de medios de producción al disputarse el excedente físico generado. Precios y salarios de mercado que tiran del ingreso en cada momento.

Lo importante de este breve racconto de resultados es que no se trató de exabruptos de brillantes economistas que quedaron aislados sino que todos ellos pueden ser coherentemente articulados para conformar una explicación rigurosa, alternativa a la dominante. Sólo intereses fanáticos de carácter político-ideológico han llevado al ostracismo cada aporte enumerado en cada década. No cabe esperar menos ahora para una alternativa completa a la teoría dominante impotente como paradigma explicativo de la realidad del capitalismo actual. Con sólo ver lo lejos que se está de tener incorporadas estas críticas, uno puede sentirse impulsado a avalar la crítica que hace Nature, sólo que “la economía” no es un cuerpo único de teoría y, después de todo, existen economistas y economistas.

* Fernando H. Azcurra, Alejandro Fiorito, Gustavo A. Murga, Fabián Amico, Pablo G. Bortz de la Universidad de Luján.
Página/12
22-02-09

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