LOS MUERTOS
ENSEÑAN
Alberto Mosquera Moquillaza
¿Es necesario un Museo de la Memoria en el Perú? La derecha, sus gobernantes y sus pastores de almas, han dicho de mil maneras que no. Los sectores más lúcidos de la burguesía, la intelectualidad peruana progresista y los familiares de las víctimas de la guerra interna que vivió el Perú, han respondido afirmativamente. La estación terminal de la muestra fotográfica Yuyanapac (para recordar) debe ser la de un Museo, en una gran alameda en la que también estarán El ojo que llora de Lika Mutal y el Quipu de la memoria, creaciones todas que servirán para que los peruanos de todas las condiciones sociales recuerden y asimilen las lecciones que nos ha dejado la guerra interna que vivió el Perú y su secuela de miles de miles de muertos, de uno y otro lado.
Que los sectores conservadores y recalcitrantes de la burguesía peruana, y sus representantes políticos, lo mismo que sus ideólogos de turno, se opongan a que el gobierno alemán haga realidad el ofrecimiento de un donativo para la construcción de ese Museo, es algo que no debe llamar la atención. A esos sectores nunca les ha interesado la elaboración de una memoria histórica, muy por el contrario siempre han trabajado por la amnesia histórica, o en su defecto por la elaboración de imágenes falsas de los principales hechos que jalonaron la historia Patria. La verdad no les interesa, les resulta subversiva.
El tratamiento interesado y falaz que le han dado a lo que realmente ocurrió en la guerra con Chile es un excelente ejemplo. La guerra se perdió por la irresponsabilidad de quienes dirigían el país en esos aciagos momentos, enfrascados en llenarse los bolsillos con los ingresos del guano y del salitre, antes que en contruir realmente una nación. Por esto es que siempre han jugado más al chovinismo y al antichilenismo visceral, que a la formación de una verdadera conciencia histórica, que nos permita estar claros sobre los objetivos geopolíticos de un país por naturaleza expansionista.
Razón tenía el olvidado Manuel Gonzáles Prada cuando en un escrito sobre Miguel Graú dijo:
"En la guerra con Chile, no sólo derramamos la sangre, exhibimos la lepra. Se disculpa el encalle de una fragata con tripulacion novel i capitán atolondrado, se perdona la derrota de un ejército indisciplinado con jefes ineptos o cobardes, se concibe el amilanamiento de un pueblo por los continuos descalabros en mar i tierra; pero no se disculpa, no se perdona ni se concibe la reversión del orden moral, el completo desbarajuste de la vida pública, la danza macabra de polichinelas con disfraz de Alejandros y Césares"
Fueron éstas las razones por las que en su célebre discurso en el teatro Politeama (1888), ante decenas de escolares le puso el epitafio a quienes consideraba los verdaderos responsables del desastre de la guerra con Chile: ¡Qué vengan árboles nuevos a dar flores nuevas y frutas nuevas! ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!
Volviendo al Museo de la Memoria, la derecha se opondrá siempre a su construcción, porque el recuerdo llevará inevitablemente de un lado, al enjuiciamiento de quienes se levantaron irracionalmente en armas; y de otro lado, al juzgamiento moral y político de aquellos sectores sociales que por acción y omisión, desde el gobierno del país, crearon las condiciones objetivas para que en el Perú de los 80 estallase una guerra como la que estamos comentando. Juzgamiento que conllevará al cuestionamiento de una democracia que en esa confrontación descendió a los mismos infiernos para apagar el fuego que ellos habían contribuido a encender.
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