En el periódico fujimorista Expreso, el presidente Alan García ha publicado un artículo que recicla su profesión de fe neoliberal (“A la fe de la inmensa mayoría”. 28/6/09). Las tesis que sostiene son un refrito, pero la ha aderezado con un relato sugerente.
García comienza afirmando que hay un conflicto de dimensión continental en el que se enfrentan dos grandes enemigos: “En el año 2006 dos modelos políticos y económicos pugnaban por el poder: de un lado, la democracia política y económica que aprovecha el avance del mundo y de otro lado el estatismo económico y la demagogia que detiene a los países”.
Siempre según García, la historia del mundo hoy gira en torno a esta pugna, que, casualmente, es muy semejante al conflicto que enfrentó a los EEUU y la URSS durante la segunda mitad del siglo XX, con su secuela de intervenciones imperiales:“Ahora vivimos una guerra fría en la que participan gobernantes extranjeros”.
En la nueva guerra fría de García el Perú tiene el rol histórico protagónico (¿cómo podría ser de otra manera si ya él ha proclamado públicamente que somos el centro del universo?): “Recordemos que el Perú es un centro vital para los hechos continentales. Fue necesaria la conquista del Perú para dominar Sudamérica, lo fue Ayacucho y ahora es necesario para el modelo regresivo y dictatorial que quiere dominar al Perú”.
Según García, por fortuna para el país los peruanos eligieron el año 2006 el modelo que él representa, aunque éste, por desgracia, está continuamente amenazado: “el Perú ganó la batalla pero la guerra continúa”. La amenaza proviene ahora de los “grupos ‘antisistema’ que predican el estatismo y aprovechan cualquier queja o reclamo para impulsar la violencia”. El objetivo de estos –García dixit– es propiciar una asamblea constituyente, que implante la reelección presidencial, y nos lleve al totalitarismo. Hasta aquí la fábula.
Tratemos de reconciliarnos con la realidad. Los peruanos votaron el 2006 por un candidato que prometía un “cambio responsable”, tomando ostensible distancia del modelo neoliberal, que él endilgaba a Lourdes Flores (“la candidata de los ricos”). García prometía defender los intereses de los trabajadores, acabando con una legislación laboral antiobrera y con los services (creados precisamente durante su primer gobierno).
Prometía, asimismo, revisar los contratos lesivos al país, cobrar a las empresas mineras las regalías que no estaban pagando y los impuestos a las sobreutilidades generadas por una coyuntura de precios extraordinariamente buena. Decía que debían pagar más impuestos los que más tuvieran, amenazaba con retirar su firma del TLC con los EEUU, ofrecía abolir la constitución fujimorista de 1993 y volver a la de Haya de la Torre, de 1979, ser inflexible con la corrupción, y un largo etc.
Los peruanos no eligieron, pues, lo que García dice que eligieron, y, como es sabido, las promesas que él hizo para lograr ser elegido fueron escrupulosamente traicionadas.
¿Qué pueden hacer los ciudadanos cuando su máximo mandatario llega a desasirse a este grado de la realidad? Si en la conducción del país impera semejante visión alucinatoria nada bueno nos espera.
Cuando Alan García confió a un grupo de empresarios que Dios le había otorgado el don de convencer a cualquiera no reparó en que la principal víctima de su elocuencia es él mismo. Es un problema de salud mental distinguir la realidad de aquella que construimos con nuestras palabras.
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