¿PARA QUÉ SIRVEN
LOS ECONOMISTAS?
Carlos A. Anderson (*)
Si no la entendió, no se preocupe, o mejor dicho, preocúpese y mucho. Esta "función de Cópula Gaussiana" es la principal sospechosa de la debacle de los derivados financieros diseñados sobre la base de hipotecas, en muchos casos, poco menos que impagables. Imaginada por el economista David X. Li, esta fórmula que supuestamente mide las probabilidades individuales de dos variables con el fin de obtener una sola medida de riesgo probabilístico, se convirtió desde casi el momento mismo de su publicación en The Journal of Fixed Income en la forma preferida de medir la correlación de los CDS (credit defaults swaps) que casi sepultan a Wall Street. De no haber sido por este "pequeño incidente", tengan por seguro que hoy estaríamos hablando del Sr. Li como un fuerte candidato al Premio Nobel de Economía.
No es broma. Además ya sucedió en el pasado. Recordemos que los creadores de la fórmula de Black-Scholes, usada para determinar el valor de opciones de compra o venta de acciones a futuro (put/call), los profesores Robert Merton y Myron Scholes, fueron premiados con el Nobel de Economía en 1997. Lamentablemente, ambos serán siempre recordados no por su contribución al desarrollo de la ciencia económica sino por su lamentable papel en el hedge fund más desastrosamente famoso de la historia, el LTCM, el cual—solito—casi quiebra el sistema capitalista en 1998, en pleno vorágine de la crisis rusa.
Algunos dirán: ¡pero qué peligrosos pueden llegar a ser los economistas! Una anécdota probablemente apócrifa cuenta que el plan secreto de la otrora Unión Soviética para destruir a los Estados Unidos era precisamente enviarles un ejército de economistas, aunque la broma hoy podría ser invertida, ya que los Estados Unidos cuentan, en sus universidades y exclusivos centros de investigación económica, con verdaderas armas de destrucción masiva.
Recordar tan desafortunados hechos en estos momentos no es una tarea grata ni gratuita. Viene a colación de las acusaciones más virulentas que se encuentran hoy en la red (i.e., la Internet) como consecuencia de la crisis actual. Se acusa a los economistas no solo de haber fracasado rotundamente en su tarea de advertirnos de la crisis, sino de ni siquiera tener una visión de consenso acerca de qué es lo que hay que hacer para superar la crisis. Cuando el presidente Obama lanzó su plan anticrisis dijo muy orondo: "No hay duda de que se hace necesaria la acción activa del Estado a través de un estímulo fiscal para reactivar la economía". De inmediato le respondieron, en un aviso en los principales diarios del país, 250 de los más prestigiosos economistas académicos para decirle al presidente Obama que no, que no existe tal consenso. Igual que en el fútbol.
Y cómo, me pregunto yo, sería posible encontrar tal consenso (a pesar del mediatico "Ahora todos somos Keynesianos") si 70 años después de acabada la Gran Depresión de los años 30, no existe todavía consenso ni sobre sus causas ni sobre qué fue lo que finalmente pudo derrotarla. Aunque usted no lo crea, existe más consenso en torno a la desaparición de los dinosaurios. Todo lo cual nos lleva a preguntarnos: ¿Para qué existen los economistas? Como no creo tener todas las respuestas, invito a mis colegas economistas a que compartan sus respuestas. La mía se las doy en dos semanas, en esta misma columna.
(*) Economista.
Gestión
8-5-09
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