LA GRIPE
PORCINA
José Saramago
No sé nada del asunto y la experiencia directa de haber convivido con cerdos en la infancia y en la adolescencia no me sirve de nada. Aquello era más una familia híbrida de humanos y animales que otra cosa. Pero leo con atención los periódicos, oigo y veo los reportajes de radio y televisión, y, gracias a alguna lectura providencial que me ha ayudado a comprender mejor los bastidores de las causas primeras de la anunciada pandemia, tal vez pueda traer aquí algún dato que aclare a su vez al lector. Hace mucho tiempo que los especialistas en virología están convencidos de que el sistema de agricultura intensiva de China meridional es el principal vector de la mutación gripal: tanto de la “deriva” estacional como del episódico “intercambio” genómico. Hace ya seis años que la revista Science publicaba un artículo importante en que mostraba que, tras años de estabilidad, el virus de la gripe aviar de América del Norte había dado un salto evolutivo vertiginoso. La industrialización, por grandes empresas, de la producción pecuaria rompió lo que hasta entonces había sido el monopolio natural de China en la evolución de la gripe. En las últimas décadas, el sector pecuario se transformó en algo que se parece más a la industria petroquímica que a la bucólica finca familiar que los libros de texto en la escuela se complacen en describir…
En 1966, por ejemplo, se contaban en Estados Unidos 53 millones de cerdos distribuidos en un millón de granjas. Actualmente, 65 millones de puercos se concentran en 65.000 instalaciones. Eso significa pasar de las antiguas pocilgas a los ciclópicos infiernos fecales de hoy, en los que, entre el estierco y bajo un calor sofocante, dispuestos para intercambiar agentes patogénicos a la velocidad del rayo, se amontonan decenas de millones de animales con más que debilitados sistemas inmunitarios.
No será, ciertamente, la única causa, pero no puede ser ignorada. Volveré al asunto.
Continuemos. El año pasado, una comisión convocada por el Pew Research Center publicó un informe sobre la “producción animal en granjas industriales, en el que se llamaba la atención para con el grave peligro de que la continua circulación de virus, característica de las enormes varas o rebaños, aumentase las posibilidades de aparición de nuevos virus por procesos de mutación o de recombinación que podrían generar virus más eficientes en la transmisión entre humanos”. La comisión alertó también de que el uso promiscuo de antibióticos en las factorías porcinas – más barato que en ambientes humanos – estaba proporcionando el auge de infecciones estafilocóquicas resistentes, al mismo tiempo que las descargas residuales generaban manifestaciones de escherichia coli y de pfiesteria (el protozoário que mató a millares de peces en los estuarios de Carolina del Norte y contagió a decenas de pescadores).
Cualquier mejora en la ecología de este nuevo agente patogénico tendría que enfrentarse al monstruoso poder de los grandes conglomerados empresariales avícolas y ganaderos, como Smithfield Farms (porcino y vacuno) y Tyson (pollos). La comisión habló de una obstrucción sistemática de sus investigaciones por parte de las grandes empresas, incluidas unas nada recatadas amenazas de suprimir la financiación de los investigadores que cooperaron con la comisión. Se trata de una industria muy globalizada y con influencias políticas. Así como el gigante avícola Charoen Pokphand, radicado en Bangkok, fue capaz de desbaratar las investigaciones sobre su papel en la propagación de la gripe aviar en el sudeste asiático, lo más probable es que la epidemiología forense del brote de la gripe porcina choque contra la pétrea muralla de la industria del cerdo. Eso no quiere decir que no vaya a encontrarse nunca un dedo acusador: ya circula en la prensa mexicana el rumor de un epicentro de la gripe situado en una gigantesca filial de Smithfield en el estado de Veracruz. Pero lo más importante es el bosque, no los árboles: la fracasada estrategia antipandémica de la Organización Mundial de la Salud, el progresivo deterioro de la salud pública mundial, la mordaza aplicada por las grandes transnacionales farmacéuticas a medicamentos vitales y la catástrofe planetaria que es una producción pecuaria industrializada y ecológicamente sin discernimiento.
Como se observa, los contagios son muchos más complicados que el hecho de que entre un virus presumiblemente mortal en los pulmones de un ciudadano atrapado en la tela de intereses materiales y la falta de escrúpulos de las grandes empresas. Todo está contagiando todo. La primera muerte, hace ya largo tiempo, fue la de la honradez. Pero ¿podrá, realmente, pedírsele honradez a una transnacional? ¿Quién nos acude?
El Cuaderno de Saramago
30-04-09
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