¿HAY CRISIS
EN LA UNIVERSIDAD PERUANA?
Ernesto Velit G
Nos llega con alarmante frecuencia información sobre movimientos de protesta realizados por estudiantes universitarios, casi todos generados por el deseo de mejorar la calidad educativa de sus centros de estudio y cuestionando un orden de cosas, académico y administrativo, que pareciera resultar intolerable para los alumnos. Las denuncias estudiantiles sobre corrupción y mediocridad en la enseñanza, muestran a la universidad peruana sumida en una crisis, que debe convocar el interés de las autoridades y del país, y víctima de los estragos del neoliberalismo que la ha golpeado en lo que es su razón de ser: articular el conocimiento con los intereses de la sociedad a la que debe servir.
El progreso de la ciencia y la tecnología, con sus alcances impredecibles, obliga a reestructurar todo lo que signifique concepción general de la sociedad, sobre todo ahora que asistimos a una interpretación del concepto cientificista de lo humano que raya en la incoherencia.
En nuestro país, donde la monocultura pareciera dominar los espacios sociales y políticos, las reformas institucionales representan una demanda de todos los estratos interesados en el destino nacional. Ante esta realidad, la masificación de la universidad y la ampliación mercantilista de la oferta educativa, carente de investigación y con bajo nivel académico, nos muestran la debilidad de un sistema, la indiferencia de las autoridades y la nula participación estatal en la fiscalización de la enseñanza universitaria. En el Perú, los gestos aislados de reforma universitaria resultaron más actitudes intuitivas que decisiones razonables, y casi siempre impregnados más de una voluntad por lo económico que por lo académico. No hay políticas explícitas y se ha perdido la brújula de lo que debe ser el rol de la universidad al interior del tejido político, social y cultural del país. Todo esto da la impresión de que la universidad hubiera aceptado su derrota.
La proliferación irracional de universidades, expresión de anticultura, ha debilitado el sistema. No hay investigación, la infraestructura es deprimente y se ayuda a profundizar la división social ofreciendo universidades para élites y otras para los de bajos ingresos.
La universidad está abandonada a su suerte, las leyes del mercado dirigen la actividad del sistema, nadie califica la calidad, se permiten universidades no autorizadas, se estafa a los jóvenes con la tolerancia cómplice del Estado y se programan especialidades sabiendo que no hay dónde ejercerlas. Predomina un modelo empírico de universidad, la institución ha reducido su espacio, la indiferencia es la respuesta del gobierno y del país. El Perú tuvo tradición universitaria con maestros humanistas y comprometidos. Hoy la presión salvaje del mercado ha vencido la resistencia de la universidad y esta ha optado por formar políticos antes que librepensadores, agitar banderas socialistas pero no construir socialismo, sobrevivir con el erario al tiempo que proclama la revolución desde el claustro.
Hay que replantear el rol de la universidad, el conocimiento tiene otros caminos que no son forzosamente universitarios, nuevos retos convocan a la reflexión. Hay que adecuar la universidad a los trances históricos que la modernidad plantea, poner en agenda la multiculturalidad, la defensa ambiental, la desigualdad social, los conflictos laborales, los correctivos éticos y morales que requiere esta realidad. No habrá progreso universitario si hay políticas misoneístas que obstaculizan. No hay ciencia si no hay un correlato humanista que complemente.
El Comercio
9 de julio de 2009
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