domingo, 1 de febrero de 2009

FUNCIÓN SOCIAL DE
LAS UNIVERSIDADES


Ricardo Arechavala Vargas

Observando lo que acontece en las economías más avanzadas, y en algunas partes de nuestro país, es evidente que la función social de las universidades cambia rápidamente. Su papel en la “sociedad del conocimiento” adquiere una importancia crítica, en la medida en la que asumen un papel creciente como agentes activos en la generación de riqueza basada en el conocimiento.
Muchos debates prevalecen, y probablemente llegarán vivos hasta el final de los tiempos. Entre ellos, y sólo a manera de ejemplo:
- Si la función “esencial” de las universidades es la docencia, o si deben centrarse en contribuir
activamente al desarrollo económico (formando a los estudiantes en esa actividad).
- Si debe permitirse que el capital privado se apropie del conocimiento y la tecnología generados con recursos públicos.
- Si la investigación aplicada es prosaica o no, con respecto a la investigación básica, o la proporción de recursos que debe dedicarse a cada una.
Pero el hecho es que las posiciones que de facto asumen las instituciones está influyendo en el contexto social que las rodea. No todas las instituciones evolucionan. No todas lo hacen al mismo paso o en la misma dirección. Lo que observamos es una diferenciación y estratificación de las instituciones. Esto tampoco es privativo de México, ocurre en muchos países. Resumimos algunos de los cambios más sobresalientes:
Pasan de ser transmisoras a ser generadoras de conocimiento.
En nuestro medio la “explosión demográfica” obligó a las instituciones de educación superior a multiplicar sus cuadros docentes, reclutando personal con el mínimo indispensable de acreditaciones (la licenciatura), y a veces aún sin ellas. Configuró plantillas de personal con un perfil que generó actitudes y trayectorias académicas de carácter rutinario, repetitivo. Con todo esto se generó un paradigma de la educación superior estructurado alrededor de la noción de que formar al estudiante era “administrarle” el conocimiento ya existente (y traído del extranjero, por supuesto).
El proceso más sencillo fue siempre asignar los cursos por disposición administrativa y, con mucha frecuencia, por criterios favoritistas y de patrimonialismo. Tocaba al
maestro “estudiar” en los libros la materia e impartirla de acuerdo con un programa preestablecido, muchas veces de calidad precaria.
Pero las reglas del juego han cambiado rápidamente. La integración económica internacional ha replanteado el papel de las universidades, aunque muchas de ellas no lo perciban. Ahora, formar profesionistas de nivel licenciatura es formar empleados. Es decir, con la presencia de las empresas transnacionales y las maquiladoras, los ingenieros, los químicos, y muchos otros profesionistas pasan a formar automáticamente parte de un proceso de producción en el que no les toca generar conocimiento y apropiarse de una parte significativa de la riqueza que con él se genera.
Pasan a ser empleados que sólo administran un proceso productivo que aplica conocimiento desarrollado en otros países, apropiándose solamente de la riqueza que corresponde a su salario que es, por supuesto, una fracción del equivalente en los países que generan la tecnología.
A pesar de que en este contexto no es fácil que germine la investigación, algunas instituciones consiguieron formar cuadros preparados para esta actividad. Con frecuencia esto se logró recurriendo al envío de estudiantes con vocación y talento a formarse en el extranjero. Con la relativamente baja proporción de estudiantes que regresó al país se ha conseguido consolidar, en algunos casos, grupos productivos deinvestigación (Arechavala y Díaz 1996).
Muchos de los académicos que han regresado, o que se han formado en instituciones mexicanas, han sido absorbidos en carreras administrativas. En ocasiones eso ha tenido la ventaja de que, comprendiendo las necesidades de la investigación, como funcionarios estas personas han sabido abrir espacios y canalizar recursos hacia esta actividad.
De cualquier manera, los investigadores han tenido que luchar (y en muchos casos aún lo hacen) por abrir espacios para la investigación que resulten fértiles y productivos. No se trata simplemente de instalar un laboratorio o contar con un cubículo. Es importante que las autoridades universitarias tengan la lucidez para comprender la naturaleza de los espacios administrativos e institucionales que requiere la labor de investigación. No en todos los casos los propios investigadores consiguieron abrir estos espacios, negociar los recursos e integrar sus grupos de trabajo. A pesar de esto, los mejores ejemplos han conseguido abrir espacios institucionales significativos, en muchos de ellos teniendo que desplegar habilidades políticas y administrativas sobresalientes.
Sin embargo, las así llamadas, “universidades de investigación” son todavía un elemento cuya ausencia salta a la vista con sólo asomar ligeramente la mirada al contexto internacional (Arechavala 2001b). Nuestro rezago en este campo es no sólo impresionante, sino difícilmente explicable, y mucho más difícilmente aceptable. Y más aún, las universidades que comienzan a perfilarse como “de investigación”, lo hacen con una idea de que él cultivo de la ciencia por sí mismo traerá eventualmente beneficios sociales y económicos.
Todavía debe ganar terreno la idea de que sólo formando en la generación de conocimiento encaminadodirectamente a objetivos de valor social y económico se puede modificar el punto en el que nos incrustamos en los procesos productivos internacionales.
El autor es profesor de la Universidad de Guadalajara; y el trabajo que publicamos forma parte del estudio: La Función social de las Universidades, los cambios, las tendencias y las condiciones que las hacen posibles.

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