martes, 10 de febrero de 2009

IMITAR
LA ORIGINALIDAD

Eduardo Galeano

Queridos todos:

Gracias, gracias mil, por este doctorado que tanto me honra.No porque yo crea que el título de doctor mejora a la gente, como creía el papá de un niño que nació, hace ya unos años, en el pueblo de Cerro Chato, allá en mi país. El papá quería un hijo con diploma, y como el bebé no le pareció digno de confianza, le puso de nombre Doctor. Y así se llamó, Doctor Galarza, durante toda la vida.
No, no es por eso. Yo me siento muy honrado porque esta distinción proviene de una Universidad que tiene una lindísima historia.Aquí brotó la Reforma Universitaria que sacudió a toda América Latina en 1918, medio siglo antes del estallido estudiantil de París y de México.
Gracias a la energía que Córdoba desató, las cosas han cambiado, y aunque todavía queda mucho por cambiar en el campo de la educación y en todo lo demás, no viene mal recordar que en aquellos tiempos todavía la cátedra cordobesa de Filosofía del Derecho enseñaba un tema llamado "Deberes para con los siervos" y los estudiantes de Medicina se recibían sin haber visto jamás un enfermo.
Los profesores, venerables espectros, copiaban a Europa con algunos siglos de atraso, y con orlas y con borlas recompensaban los méritos de quienes mejor repetían esas lecciones ajenas.Fue entonces que los estudiantes cordobeses, hartos, estallaron. Se declararon en huelga contra los carceleros del espíritu y convocaron a los estudiantes y a los trabajadores de toda América Latina a luchar juntos por una cultura propia.
Poderosos ecos respondieron, desde México hasta Chile, a ese grito que en Córdoba resonó, en aquel manifiesto fundador que ya ha cumplido noventa años de edad y no ha perdido ni un poquito de energía juvenil.Suenan como de ahora aquellas palabras que supieron decir: Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan.
Aquel movimiento heredaba lo mejor de la historia americana. Quizá sus protagonistas no conocían la obra ni la palabra de un venezolano llamado Simón Rodríguez, pero don Simón estaba vivo, vivo y coleando, en esa explosión cordobesa que ocurrió un siglo después de sus andares por los caminos americanos.Decía don Simón, en la primera mitad del siglo diecinueve:Somos independientes, pero no libres. La sabiduría de Europa y la prosperidad de los Estados Unidos son, en América dos enemigos de la libertad de pensar.Y cuando decía América, decía América Latina, y no viene mal, dicho sea de paso, recordar ahora aquella perdida dignidad del lenguaje.
Recorriendo América, nuestra América, a lomo de mula, don Simón increpaba a los dueños del poder, les decía:-¡Imiten la originalidad, ya que tratan de imitar todo!
Y proponía una educación radicalmente nueva:-Mandar recitar de memoria lo que no se entiende, es hacer papagayos -decía.
Enseñen a los niños a ser preguntones, para que se acostumbren a obedecer a la razón: no a la autoridad, como los limitados, ni a la costumbre, como los estúpidos. Al que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo compra.
Predicó en el desierto, escuchado por nadie, y murió en soledad, ignorado, despreciado, ninguneado, aquel fundador de la nueva educación americana. "Yo quise hacer de la tierra un paraíso para todos", escribió, "y la hice un infierno para mí".
Permítanme ustedes dedicar a don Simón y a sus hijos cordobeses, que quizá no conocían a su papá, esta distinción que tan generosamente se me otorga hoy.
Palabras de agradecimiento de Eduardo Galeano por la entrega del Doctorado Honoris Causa, otorgado por la Universidad Nacional de Córdoba el 15 de octubre de 2008.
Publicado por Hoy, periódico de dicha Universidad.

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