Una vez más, y no será la última, vuelvo sobre el asunto que más desvelos me ocasiona y menos recompensa me reporta a pesar de mi insistencia. Pero es inevitable que lo reconsidere, pues la encrucijada actual que vive la universidad española así lo merece. Y es que, a veces, la necia obcecación se convierte en la peor enemiga del sentido común.
Ya forma parte de la cultura colectiva ese ramillete de universidades en las que todos hemos soñado alguna vez para nuestros hijos: California, Cambridge, Harvard, Imperial College, MIT, Oxford, Princeton, Stanford y Yale. Sí, en efecto, demasiado pocas, pero todas aparecen en los primeros lugares de cualquier clasificación que se precie de seria. Si este grupo es demasiado elitista, miren estas otras instituciones: U. (por Universidad) College de Londres, Instituto Tecnológico de Zurich, U. de París VI y XI, U. Utrecht, U. Copenhage, U. Manchester, Karolinska Institut, U. Edinburgh, U. Munich y Técnica de Munich, U. Zurich, U. Bristol, U. Heidelberg, U. Uppsala, U. Oslo, U. Leiden, U. Sheffield, U. Nottingham y U. Basilea, entre otras.
¿Por qué aquéllas y éstas son las mejores? Porque satisfacen los requisitos más exigentes y objetivos que la lógica académica dictamina. A saber, (1) Calidad del conocimiento generado y transmitido a los estudiantes. Para ello se contabiliza el número de profesores con distinciones internacionales (Premio Nobel, Medalla Fields, etc.); (2) Capacidad de la institución para generar líderes científicos. Se contabiliza el número de ex-alumnos con reconocimientos internacionales (Premio Nobel, Medalla Fields, etc.); (3) Capacidad para generar conocimiento nuevo, medido por el número de publicaciones en revistas de reconocimiento internacional; (4) Poder de penetración del conocimiento generado en los círculos académicos más rigurosos. Véase el número de publicaciones en las revistas de máximo factor de impacto (Science, Nature, PNAS, etc); y (5) Grado de aceptación del conocimiento generado por la institución entre la comunidad científica internacional, a través del número de citas a los trabajos publicados de sus investigadores.
Existe otra, no de tanto calado, pero de gran importancia debido a Internet, como es la capacidad para distribuir el conocimiento, su impacto y reconocimiento, mediante las tecnologías de la información y las comunicaciones. Para ello se mide el número y volumen de contenidos de tipo académico colocados en la red. La creación de conocimiento de calidad sólo es posible a través de la investigación reconocida y contrastada. El escolio resulta, pues, de una simplicidad aplastante: las mejores universidades son aquellas donde se realiza la mejor investigación. Y algo tan obvio no tiene solución por parte de nuestros dirigentes políticos e incluso académicos. No son ciegos, simplemente miran a otro lado, pues es más fácil contentar a las mayorías dueñas de los votos que encumbran a los mediocres.
En los Arts. 39 y 40 del texto refundido de la ley orgánica de universidades, Ley Orgánica 4/2007, de 12 de abril, se dice «La investigación científica es fundamento esencial de la docencia y una herramienta primordial para el desarrollo social a través de la transferencia de sus resultados a la sociedad. Como tal, constituye una función esencial de la Universidad, que deriva de su papel clave en la generación de conocimiento y de su capacidad de estimular y generar pensamiento crítico, clave de todo proceso científico» y «La investigación es un derecho y un deber del personal docente e investigador de las Universidades, de acuerdo con los fines generales de la Universidad, y dentro de los límites establecidos por el ordenamiento jurídico».
Es razonable preocuparse por la calidad de la docencia universitaria, pero en su justa medida, pues tal requisito jamás aparece a la hora de clasificar universidades. Además, los mejores investigadores son, sin duda, excelentes docentes. Ellos hacen posible que la investigación más puntera se haga presente en las aulas. La docencia, sin un sostén investigador, más que transmisión de conocimiento se reduce a la pura y simple repetición de contenidos, convirtiendo unos folios impolutamente blancos en horribles amarillos de romas esquinas.
El autor es profesor de la Universidad de Murcia.
domingo, 1 de febrero de 2009
UNIVERSIDAD E
INVESTIGACIÓN
Ángel Ferrández Izquierdo
02-01-08
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