EN DEFENSA
DEL TERRITORIO
Iñigo Maneiro Labayen
Se me hace extraño comenzar este texto hablando de muerte cuando la Amazonía es el lugar más vivo que he conocido. Pero hoy es un día triste marcado por la muerte de nativos y policías en las revueltas indígenas que llevan casi 2 meses.
Hoy amanecí con las llamadas de amigos diciéndome que Santiago Manuin, el mayor dirigente indígena del Alto Marañón y amigo íntimo desde que llegué hace 15 años, había muerto por las balas de la policía, ahora sé que se debate entre la vida y la muerte.Sabía que algún día eso podía ocurrir en alguien entregado a su pueblo en la defensa del territorio, en el combate contra los grupos terroristas y el narcotráfico, y en la oposición al ingreso de petroleras y mineras en su tierra; y no porque esté en contra del desarrollo, sino porque cree que éste va por el camino del respeto a la tierra y la naturaleza, y a la participación real de los milenarios habitantes de las selvas. Aunque lo sabía, uno nunca se acostumbra a la muerte.
El Alto Marañón es el territorio comprendido por los ríos Chiriaco, Cenepa, Marañón, Nieva y Santiago y en sus 30 mil km2 viven los pueblos Aguaruna y Huambisa, pertenecientes a la familia Jíbara. Pueblos guerreros, horizontales y organizados que han sabido mantener lo fundamental de su cultura.Santiago fue el primer aguaruna que conocí y con el que más viví y aprendí en mis 7 años de vida en el Alto Marañón. Con él viajamos por todos los ríos, vivimos en sus comunidades, conocí sus mitos y hasta estuvimos en España buscando dinero para los proyectos que desarrollábamos en la selva. En España se reunió con la reina Sofía que salió “impresionada por la categoría humana de este hombre” y en España también hizo un diploma en derechos humanos en una universidad de los jesuitas.
La muerte duele pero más duele el engaño y la mentira. En la prensa leo que detrás de estas revueltas indígenas está Humala, el narcotráfico y el complot internacional. Y todo eso es falso. Da igual quién esté en el Gobierno porque los nativos se van a seguir levantando si ven sus tierras en riesgo. Y fueron Santiago y las organizaciones nativas de los ríos —soy testigo de ello—, quienes sacaron al MRTA del Alto Marañón y quienes limpiaron de cultivos de coca, porque creen en otro tipo de desarrollo y porque no querían que se repitiese la terrible experiencia de los Asháninkas con Sendero. Y el Gobierno no hizo nada. A pesar de ser una zona permanentemente olvidada por el Estado, pocas veces he visto tanto orgullo por ser peruanos.
Por eso también, el Gobierno no es valiente ni tiene visión de su país. El Gobierno no es capaz de darse cuenta que la gran riqueza del Perú es su diversidad: diversidad de climas, naturalezas, lenguas, pueblos e historias. Y en un país tan diverso como éste hacen falta estrategias diferentes para negociar, para entender los problemas de sierra, costa y selva y buscar soluciones entre todos a los mismos.
La Amazonía siempre ha sido el patio trasero de los gobiernos del Perú. Los peores índices en salud y educación se encuentran en la selva, pero me sorprendía siempre el estilo de los jíbaros que con un orgullo enormemente humano decían, “nosotros no pertenecemos a la extrema pobreza porque tenemos nuestra selva”. Los nativos saben que sólo se piensa en ellos cuando se trata de recursos de interés para otros: petróleo, maderas, gas o minerales. Y que todas las leyes y decretos emanados por un Congreso mediocre y de visión centralista jamás han considerado una participación real de los pobladores de la selva.
Me quedo con la vida que llena la selva y su gente. Me quedo con Santiago que siempre me decía ‘Kumu, nosotros hemos resistido al inca y al español y vamos a resistir lo que sea, porque esta tierra es nuestra’. No por exclusividad al otro sino por compromiso real con el Perú.
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