miércoles, 24 de junio de 2009

¿MODERNIDAD
A CULATAZOS?
Alberto Mosquera Moquillaza
A don Federico More, un escriba cunda de los tiempos de José Carlos Mariátegui, le corresponde la frase de que en el Perú el que no tiene de inga tiene de mandinga. Y a José María Arguedas el reconocimiento de la diversidad de sangres que fluye en la construcción de la historia y la cultura peruanas. En uno y en otro caso, obviando las formas, el propósito es uno solo: hacer hincapié en la complejidad de un país como el nuestro, convertido por su historia singular en un verdadero crisol de razas, culturas, lenguas y religiones, como Túpac Amaru lo advirtiera en 1780, en su llamamiento libertario a criollos, mestizos, zambos e indios, por haber nacido en nuestra tierra.

Esa diversidad, todavía no comprendida por nuestras burguesías en el poder y sus representantes políticos - lo demuestra el último alzamiento de los pueblos amazónicos- tiene una hechura milenaria, está presente en nuestros orígenes y evolución como lo han demostrado los arqueólogos y etnohistoriadores en sus rastreos científicos en Costa, Sierra y Selva. Los incas sumaron esta diversidad, pero no llegaron a integrarla, los españoles presentes en nuestra tierra desde 1532 la complejizaron más con sus afluentes europeos y africanos, y la República le agregó nuevos componentes, conforme fueron llegando a estas tierras los inmigrantes chinos, japoneses y nuevamente europeos.

Sin embargo, esa República no ha sido capaz de generar una hermandad congregada en un solo cuerpo, para emplear las palabras de Túpac Amaru en la convocatoria arriba citada. Por el contrario, esa diversidad se ha mantenido, ahondado y justificado con racismos y etnocentrismos propios de un raciocinio colonial, mantenidos actualmente a la bruta en expresiones como las de empresario Farah: "no se puede permitir que cuatro sarnosos nos cierren las carreteras" , en referencia al bloqueo ejecutado por los pueblos amazónicos en su levantamiento; pero también sibilinamente expuestos por políticos y comentaristas que abogaban y abogan por una entrada sin límites ni condiciones del capital transnacional a la selva peruana.

Esos neocaucheros son los herederos de una burguesía que a lo largo de la historia del capitalismo han jugado a esas mismas cartas excluyentes. Es que nunca hemos contado con una verdadera burguesía nacional y democrática, que entendiendo nuestras particularidades históricas, culturales e idiomáticas apostase por una verdadera integración del país. Su alianza con los terratenientes tradicionales de la sierra peruana, para mantener la semifeudalidad vigente en el campo; su papel segundón, dependiente, con el capital extranjero, y su propia conformación como clase - lastrada en su origen por no ser una burguesía de pura sangre- no sólo la convirtió en operadora de los intereses de los países metropolitanos, al mismo tiempo la divorció con el país, con el Perú realmente existente, con sus singularidades y fortalezas.

Por eso es que cuando en el Perú oficialmente comenzó a hablarse de integración, ésta fue vista simplemente como un mero proceso de integración de la Sierra a la Costa, de occidentalización forzada, de alfabetización compulsiva, de evangelización sin fronteras. Los valores andinos o selváticos, sus coordenadas de existencia económica y social, sus lenguas y costumbres no significaron nada en esos procesos efectuados con anteojeras etnocentristas, tal como han pretendido - y se pretende hacerlo en nuestros días, negando la trascendencia de las cosmovisiones de los pueblos selváticos, consideradas por algunos como "huachaferías". (Sobre este particular recomendamos leer los escritos de Aldo Mariátegui, nieto de José Carlos, en el diario Correo, procesados durante el alzamiento de los pueblos amazónicos)

No obstante, si bien oficialmente, desde el Estado, se ha actuado bajo esas perspectivas, los propios pueblos han ido sumándose, a su manera y desde abajo, a procesos de integración sui géneris, en el que no se niega la identidad, la cultura andina o selvática, por el contrario, se aprovechan sus pautas para incorporarse a la modernización capitalista. En otros términos, no se rechaza la modernización, pero se la pretende hacer realidad sin poner en tela de juicio sus identidades étnicas y culturales. Es lo que en esencia afirma, para poner un ejemplo, el apu aguaruna Santiago Manuin, quien desde el hospital donde se encuentra -prácticamente lo cosieron a plomazos en Bagua- sostiene que ellos no se oponen al desarrollo, a la inversión privada. "Necesitamos una inversión bien trabajada, un desarrollo pensado desde la selva y a favor de la selva" (Somos, número 1176, p. 24), donde quede en claro "que nuestros hijos sigan viviendo del bosque y cómo se va a cuidar ese bosque".

Otros buenos ejemplos de lo que queremos afirmar los tenemos en el valle del Mantaro, que en cuanto a modernidad no tiene nada que envidiar a las principales ciudades costeñas, incluyendo Lima, pero donde además de levantarse un Parque de la Identidad Huanca -el valle tiene una importante historia particular- es común encontrarse en alguna de sus principales calles o avenidas con alguna comparsa de hombres y mujeres que religiosamente regresan a sus pueblos a venerar a sus imágenes, o a participar de las fiestas vernaculares - incluye comida, danzas, bebidas, cantos, etcetera- que le dan sustento a esa expresión clásica de que "Soy huancaino por algo". De esta manera, modernidad y tradición se conjugan satisfactoriamente.

El desafío está sobre la mesa. Modernidad a culatazos - parafraseando a Farah: cuatro sarnosos no pueden impedir el desarrollo de la selva- o una modernización tal y como se ha venido dando en diferentes puntos del país, incluyendo Lima, en donde -como lo plantea el filósofo Miguel Giusti- pueda darse una relación adecuada entre nuestras aspiraciones universalistas y la defensa de nuestra identidad, las alas de las primeras, y las raíces de la segunda. "...debemos aprender a volar con el peso de nuestras tradiciones... debemos aprender a dar alas a nuestras raíces y a poner raíces a nuestras alas". ha escrito el profesor.

Lima, 23 de junio de 2009

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