Por una Universidad
democrática
Ernesto Velit
Comportamientos nada éticos cometidos por una universidad privada han terminado por colocar al sistema universitario del país, y con caracteres de escándalo, en la agenda nacional.
No es difícil verificar cómo, de tiempo en tiempo, la universidad peruana ocupa lugares destacados en los medios y no precisamente para reconocerle méritos ni calificarle virtudes.
Esta vez los estropicios sirvieron para algo. Para hacer patente las graves dolencias que afectan al sistema y el absoluto desinterés con que el Estado mira las miserias universitarias, sin importarle las graves consecuencias que ello implica en la formación educativa de un importante universo de jóvenes peruanos.
Hemos escrito varias veces sobre el tema con la esperanza, siempre, de que los responsables oficiales de superar las deficiencias convoquen a quienes corresponda a construir alternativas de solución y proponerlas, porque tienen autoridad para ello, a los organismos de decisión.
Es difícil entender cómo un proyecto de ley universitaria puede permanecer en manos del Congreso de la República desde hace varios años y a la espera de que alguien termine con su sueño polar.
Cuando suceden escándalos como los recientes, se busca una medida de urgencia que atenúe responsabilidades y satisfaga críticas pero el núcleo del problema continúa intacto.
Hemos señalado que el sistema universitario está abandonado a su suerte, que sus actividades se rigen por las leyes del mercado, que su calidad educativa no resiste una evaluación elemental y que fabrica profesionales sabiendo que no hay espacio laboral que los incorpore.
El empirismo académico califica al sistema, su área de influencia cada día es menor y su resistencia ha sido doblegada por la fuerza del mercado y, lo que es peor, ha preferido negociar detrás del mostrador que defender derechos inalienables.
La multiplicación de universidades, particularmente privadas, las filiales fantasmas a la pesca de alumnos, las creaciones anárquicas para responder compromisos electorales, han terminado por hacer del sistema una suerte de tierra de nadie.
Hemos caído en la torpe interpretación de creer que a más universidades más cultura, cuando lo que se ha conseguido es heterogeneizar a la universidad para hacer más difícil su calificación.
Hoy la universidad pública es sinónimo de educación masificada y de calidad discutible, apta para personas de bajos ingresos.
La privada, regulada por un mercado elitista y abusador, busca responder más a la demanda que a la necesidad, se esfuerza más en diplomar que en respetar las exigencias educativas que sus costos obligan.
Hay una crisis académica administrativa y, además, moral que sacude al sistema universitario en el Perú.
Detener la creación de más universidades es paso importante, pero evaluar las existentes y clausurar las que no califiquen es obligación del Estado, a la que no puede renunciar en nombre de los miles de jóvenes que depositan sus esperanzas de formación universitaria, algunas veces, en manos espurias.
Ya es hora de construir una universidad democrática capaz de replantearse sus propósitos y metas sin necesidad de ser asediada ni por el poder ni por el mercado.
Es hora, también, de que el Gobierno y la sociedad definan conductas explícitas con relación al destino de la universidad.
Hay que detener la avalancha de profesionales mediocres que salen de muchas de las aulas del sistema.
El Comercio a/4
14-12-09
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